Cuaresma 2009
1.- Del mensaje del Santo Padre para la cuaresma 2009 seleccioné estas frases.
La cuaresma es:
- un tiempo que constituye un camino de preparación espiritual más intenso, la Liturgia nos vuelve a proponer tres prácticas penitenciales a las que la tradición bíblica cristiana confiere un gran valor —la oración, el ayuno y la limosna— para disponernos a celebrar mejor la Pascua y, de este modo, hacer experiencia del poder de Dios que, como escucharemos en la Vigilia pascual, “ahuyenta los pecados, lava las culpas, devuelve la inocencia a los caídos, la alegría a los tristes, expulsa el odio, trae la concordia, doblega a los poderosos” (Pregón pascual).
- nos recuerda los cuarenta días de ayuno que el Señor vivió en el desierto antes de emprender su misión pública.
- Jesús orando y ayunando se preparó a su misión, cuyo inicio fue un duro enfrentamiento con el tentador.
- la Cuaresma podría ser una buena ocasión para retomar las normas contenidas en la Constitución apostólica, (Constitución apostólica Pænitemini de 1966) valorizando el significado auténtico y perenne de esta antigua práctica penitencial, que puede ayudarnos a mortificar nuestro egoísmo y a abrir el corazón al amor de Dios y del prójimo, primer y sumo mandamiento de la nueva ley y compendio de todo el Evangelio (cfr. Mt 22,34-40).
- que en cada familia y comunidad cristiana se valore la Cuaresma para alejar todo lo que distrae el espíritu y para intensificar lo que alimenta el alma y la abre al amor de Dios y del prójimo. Pienso, especialmente, en un mayor empeño en la oración, en la lectio divina, en el Sacramento de la Reconciliación y en la activa participación en la Eucaristía, sobre todo en la Santa Misa dominical
En su mensaje cuaresmal se detiene en:
“reflexionar especialmente sobre el valor y el sentido del ayuno”.
- el ayuno es una gran ayuda para evitar el pecado y todo lo que induce a él
- puesto que el pecado y sus consecuencias nos oprimen a todos, el ayuno se nos ofrece como un medio para recuperar la amistad con el Señor
- en el Nuevo Testamento, Jesús indica la razón profunda del ayuno, estigmatizando la actitud de los fariseos, que observaban escrupulosamente las prescripciones que imponía la ley, pero su corazón estaba lejos de Dios. El verdadero ayuno, repite en otra ocasión el divino Maestro, consiste más bien en cumplir la voluntad del Padre celestial, que “ve en lo secreto y te recompensará” (Mt 6,18).
- el verdadero ayuno, por consiguiente, tiene como finalidad comer el “alimento verdadero”, que es hacer la voluntad del Padre (cfr. Jn 4,34).
- la práctica del ayuno está muy presente en la primera comunidad cristiana (cfr. Hch 13,3; 14,22; 27,21; 2Co 6,5).
- escribe San Pedro Crisólogo: “El ayuno es el alma de la oración, y la misericordia es la vida del ayuno. Por tanto, quien ora, que ayune; quien ayuna, que se compadezca; que preste oídos a quien le suplica aquel que, al suplicar, desea que se le oiga, pues Dios presta oído a quien no cierra los suyos al que le súplica” (Sermo 43: PL 52, 320, 332).
- en nuestros días, parece que la práctica del ayuno ha perdido un poco su valor espiritual y ha adquirido más bien, en una cultura marcada por la búsqueda del bienestar material, el valor de una medida terapéutica para el cuidado del propio cuerpo
- está claro que ayunar es bueno para el bienestar físico, pero para los creyentes es, en primer lugar, una “terapia” para curar todo lo que les impide conformarse a la voluntad de Dios
- el ayuno nos ayuda a tomar conciencia de la situación en la que viven muchos de nuestros hermanos.
- privarse del alimento material que nutre el cuerpo facilita una disposición interior a escuchar a Cristo y a nutrirse de su palabra de salvación. Con el ayuno y la oración Le permitimos que venga a saciar el hambre más profunda que experimentamos en lo íntimo de nuestro corazón: el hambre y la sed de Dios.
- al escoger libremente privarnos de algo para ayudar a los demás, demostramos concretamente que el prójimo que pasa dificultades no nos es extraño. Precisamente para mantener viva esta actitud de acogida y atención hacia los hermanos, animo a las parroquias y demás comunidades a intensificar durante la Cuaresma la práctica del ayuno personal y comunitario, cuidando asimismo la escucha de la Palabra de Dios, la oración y la limosna. Este fue, desde el principio, el estilo de la comunidad cristiana, en la que se hacían colectas especiales (cfr. 2Co 8-9; Rm 15, 25-27), y se invitaba a los fieles a dar a los pobres lo que, gracias al ayuno, se había recogido (cfr. Didascalia Ap., V, 20,18). También hoy hay que redescubrir esta práctica y promoverla, especialmente durante el tiempo litúrgico cuaresmal.
2.- En la audiencia general del 2 de febrero de 2008 Benedicto XVI nos recuerda:
En los orígenes, en la Iglesia primitiva la cuaresma era el tiempo privilegiado para la preparación de los catecúmenos a los sacramentos del bautismo y de la eucaristía que se iban a celebrar en el curso de la vigilia pascual. La cuaresma era el tiempo de volverse cristiano, el cual no se realiza en un único momento sino que exige un largo recorrido de conversión y renovación. Los que ya estaban bautizados se unían a esta preparación desvelando en ellos el recuerdo del sacramento ya recibido y disponiéndose para una renovada comunión con Cristo en la gozosa celebración de la Pascua. Así la cuaresma tenía, y conserva hasta hoy, un carácter bautismal, en el sentido que ayuda a mantener despierta la conciencia de que ser cristiano se realiza siempre como un nuevo despertar: ser cristiano no es nunca un hecho ya terminado que se encontraría detrás nuestro, sino un camino que exige siempre un nuevo ponerse en acto.
Y con respecto al miércoles de ceniza dice en la misma audiencia:
El celebrante, al imponernos la ceniza en la frente, nos dice «acuérdate de que eres polvo y en polvo te convertirás» (Gen 3,19), o bien, repitiendo la exhortación de Jesús, «convertíos y creed en el Evangelio» (Mt 1,15). Las dos fórmulas constituyen una misma llamada a la verdad de la existencia humana: somos criaturas limitadas, pecadores en necesidad constante de penitencia y de conversión. ¡Cuán importante es hoy escuchar y acoger esta llamada! El hombre contemporáneo, al proclamar su completa autonomía frente a Dios, se hace esclavo de sí mismo y a menudo se encuentra en una desolada soledad. La invitación a la conversión, es entonces, una invitación a regresar a los brazos de Dios, Padre lleno de ternura y misericordia, a poner en él nuestra confianza como hijos adoptivos regenerados por su amor... «Convertirse» pues, quiere decir dejarse conquistar por Jesús (Flp 3,12) y, con él, «volver» al Padre. La conversión implica así el ponerse humildemente a la escuela de Jesús, y caminar dócilmente tras sus huellas.