El Norte de la Pascua II
Era mi primera Pascua (ortodoxa) en Rusia. Desde la calle, en la oscuridad de la noche, se iba acercando un hormigueo de luces arropado por cantos. Al llegar la procesión a la iglesia donde se agolpaba la gente, se abrieron las puertas y entonces lo oí por vez primera. Era un grito de júbilo rasgando la noche. Parecía brotar de una espera eterna y difícilmente resignada. “¡Jristós vascrese!” (¡Cristo ha resucitado!) Y entonces espontáneamente, como intentando aseverar a gritos lo indispensable, un coro de voces respondió: “¡Vaístinu vascrese!” (Verdaderamente ha resucitado). Después lo he oído tantas veces, que ya casi, casi (al oírlo nunca puedo evitar un cosquilleo en el alma) me he acostumbrado. Pero aquella noche era la primera vez. Y lloré de alegría. Junto a mí veía un mar de pequeñas luces temblorosas, pañuelos multicolores, lágrimas y alegría contagiosa. De nuevo el grito se alzó y la ola de júbilo popular sepultó las palabras del pope. Y por tercera vez la misma escena. Cada noche de Pascua el pueblo ruso repite miles de miles de veces estas palabras. En ello les va la vida. Sin la fe en la resurrección de su Señor, sin el convencimiento de esta verdad gritada hasta la ronquera y las lágrimas, Rusia en sus más recónditas entrañas, estaría hundida en el fatalismo. De problemas en Rusia andamos sobrados y el panorama es poco esperanzador. Sin embargo, cada año, cada Pascua, Jesús se cuela por las venas de este pueblo y le regala la esperanza de sentir y gritar que sigue vivo y es futuro para el mundo.
En San Petersburgo reside el polo norte de la misión claretiana. El Norte también existe, hermanos del Sur y del lejano Oeste. Somos herederos de aquel que dijo que de los cinco talentos, cuatro son las agujas provocadoras de la rosa de los vientos. Somos menos. Somos más viejos. Andamos aquejados de problemas y complejos. Las diversas crisis rondan buscando a quién devorar. Pero Jesús otra vez es Pascua. Y nos invita a creer, a poner proa a lo imposible, a ir más lejos de nuestras viejas dársenas demasiado conocidas. La misión es nuestra razón de ser y la misión salvará lo mejor de nosotros mismos. Aquí seguimos soñando y mirando al Norte. Nos parece oir a Jesús invitándonos a subir más arriba, diez grados al norte, casi en el paralelo 70 y aventurarnos a descubrir que la frontera de la misión no existe. En el Norte-Norte, donde el mundo habitable acaba, hay muy poco, dicen. Casi nada. Las multitudes hambrientas de la Palabra de Dios parece que no andan por esas tierras heladas y poco cordiales. Los primeros enviados han vuelto no precisamente cargados de racimos y relatos fabulosos. Pero hay tarea y mar por descubrir. Con Jesús en la barca, no tenemos miedo. La Pascua del Jubileo es un reto a volver a sentir el vértigo de la entrega, a decir de nuevo a Jesús: “lo que tú quieras”, a dinamitar miedos y barreras que nos impiden gritar a todo el mundo “Es verdad, ha resucitado” ¡Jristós vascrese!” “¡Vaístinu vascrese!”
En San Petersburgo reside el polo norte de la misión claretiana. El Norte también existe, hermanos del Sur y del lejano Oeste. Somos herederos de aquel que dijo que de los cinco talentos, cuatro son las agujas provocadoras de la rosa de los vientos. Somos menos. Somos más viejos. Andamos aquejados de problemas y complejos. Las diversas crisis rondan buscando a quién devorar. Pero Jesús otra vez es Pascua. Y nos invita a creer, a poner proa a lo imposible, a ir más lejos de nuestras viejas dársenas demasiado conocidas. La misión es nuestra razón de ser y la misión salvará lo mejor de nosotros mismos. Aquí seguimos soñando y mirando al Norte. Nos parece oir a Jesús invitándonos a subir más arriba, diez grados al norte, casi en el paralelo 70 y aventurarnos a descubrir que la frontera de la misión no existe. En el Norte-Norte, donde el mundo habitable acaba, hay muy poco, dicen. Casi nada. Las multitudes hambrientas de la Palabra de Dios parece que no andan por esas tierras heladas y poco cordiales. Los primeros enviados han vuelto no precisamente cargados de racimos y relatos fabulosos. Pero hay tarea y mar por descubrir. Con Jesús en la barca, no tenemos miedo. La Pascua del Jubileo es un reto a volver a sentir el vértigo de la entrega, a decir de nuevo a Jesús: “lo que tú quieras”, a dinamitar miedos y barreras que nos impiden gritar a todo el mundo “Es verdad, ha resucitado” ¡Jristós vascrese!” “¡Vaístinu vascrese!”
Mariano Sedano Sierra cmf
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